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ninguna letra urgente de mi padre, y aun cuari do así no fuera, sabe usted que los señores AD chorenu la cubrirían en el acto. No me fije usted tiempo, señor González. Su palabra de usted vale tanto como si aquella cantidad estuviese en mis gavetas.

S —Gracias, amigo mío—dijo el señor González con una expresión marcada de ese reconocimiento que es peculiar en los corazones sanos, cuando reciben un servicio; yo tenía en mi caja—continuo, quinientas onzas de oro. Podía con ellas cumplir con usted; pero anteayer me he encontrado en uno de esos compromisos... de esos compromisos de esta época... pues... de que un hombre no sabe cómo libertarse.

—Ya—exclamó Daniel, que al oir «compromiso» y «época», olvidó el respeto que debía guardar & los asuntos privados de un extraño, y quisopor el contrario, incitarlo á su explicación.—Ya!

įtanta subscripción, tanto donativo á los hospitales. expósitos, Universidad, guerra! Sobre todo, i tantos préstamos, de que un hombre pacífico LO

puede eximirse por la posición de los que piden!

—¡Pues eso mismo es lo que acaba de sucederme.

—Préstamos que no vuelven—continuó Daniel echándose hacia un brazo del sofá, como si sólo quisiera hablar de las generalidades de la época.

—No; felizmente creo que esto no me sucederá estu vez, porque Mansilla me hipoteca su casa.

—¡Oh, es una hermosa finca —dijo Daniel, que al oir el nombre de Mansilla, conoció que el asunto era más interesante de lo que al principio creyó.

—¡ Hermosísima! Pero de todos modos, es di-