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tiempo de la presidencia, y testigos de intriges amorosas y de disgustos domésticos en tiempo del gobernador Dorrego, derruidos y saqueados en tiempo del Restaurador de las Leyes, habían sido barzidos, tapizados con las alfombras de San Francisco, y amueblados con sillas prestadas por buenos federales para el baile que dedicaba al señor Gobernador y & su hija su guardia de infantería, al cual no podría asistir Su Excelencia, por cuanto en ese día honraba la mesa del caballero H. Mandeville, que celebraba en su casa el natalicio de su Soberana. Y la salud de Su Excelencia podría alterarse pasando indiscretamente de un convite á un baile, por lo que estaba convenido que la señorita, su hija, lo representase en la fiesta..

Las iluminarias de la plaza de la Victoria, la iluminación interior del palacio, que al través de sus largas galerías de cristales proyectaba su claridad hasta la plaza de 25 de Mayo, la rifa pública, los caballitos, y sobre todo la aproximación de ese 25 que jamás deja de obrar su influencia mágica er el espíritu de sus hijos, arrastraban en oleadas hacia las dos grandes plazas á ese pueblo porteño que pasa tan fácilmente del llanto á la risa, de lo grave á lo pueril, y de lo grande á lo pequeño pueblo de sangre española y de espíritu francés, aunque no era ésta la opinión de Dorrego, cuando desde la tribuna gritó á la barra que le interrumpía:

«Silencio, pueblo italiano;» pueblo, en fin, cuyo estudio psicológico sería digno de hacerse, si alguien pudiera estudiar en las páginas desencuadernadas del libro sin método y sin plan que representa su historia.

Los coches que se dirigían á las casas de los convidados al baile, empezaban á correr con dificultad