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ron una banca en el Congreso constituyente. ¿Ve usted ese otro personaje que se le acerca?

—Sí, ¿quién es?

—Torres, don Lorenzo Torres. ¡Dios los cría y ellos se juntan!

—¿Por qué dice usted eso, señora?

—Porque Torres también fué unitario hasta mucho después de la revolución de Lavalle contestó la señora de N... que parecía saber de meioria la biografía de todo el mundo.

—De suerte—dijo Amalia, que hoy hay nuchos federales que no lo han sido siempre?

—Cierto. Sin embargo, aquí hay algunos que lo han sido toda su vida. Por ejemplo, alli tiere usted uno—dijo la señora de N... señalando á un caballero de cuarenta años, poco más o menos, de tez morena y ceño zonzo.

—Y ese caballero, ¿quién es? — preguntó Amalia.

—Ese es don Baldomero García, federal toda su vida; hombre de carácter más duro que su figura, y tan tartamudo de ideas como de lengua.

¡Hola! Hola Y se da la mano con un exceleni te personaje de la actualidad. ¿Lo ve usted?

—Sí, pero no conozco á ese señor.

Por Dios, que usted no conoce á nadie! Ese es Juan Manuel Larrazábal. ¡Dios me libre de creerlo, pero dicen que es un espía del señor gobernador!

—Voces de partido quizá—dijo Amalia, fijando sus ojos rápidamente en un hombre que hacía un rato la estaba contemplando con unas miradas transversales, pues que salían de dos ojos al sesgo.

Y podrá usted decirme—preguntó Amalia á