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nándolos hasta el zaguin, de donde atravesaron el patio y salieron por la puerta de hierro que daba ú la quinta, doblando luego a la izquierda y llegando al corredor del portón, donde l'ermín los esperaba con los caballos. Al pasar Daniel por la ventana del aposento de Eduardo, que daba á la quinta, como se sabe, paróse y vió al viejo veterano de la Independencia sentado á la cabecera del herido.

Amalia, entretanto, no pudo volver á la sala sin echar desde el zaguán una mirada hacia el aposento en que reposaba su huésped. En seguida volvióse, paso a paso, á sus habitaciones á esconder, entre la batista de su lecho, aquel cuerpo, cuyas formas hubieran podido servir de modelo al Ticiano, y cuyo cutis, luciente como el raso, tenía el colorido de las rosas y parecía tener la suavidad de los jazmines.

á Entretanto, maestro, discípulo y criado, habían enfilado, á gran galope, la obscura y desierta calle Larga, y subiendo á la ciudad por aquella barranca de Balcarce que, doce años antes, había visto descender los escuadrones del general Lavalle para ir á sellar con sangre el origen de los males futuros de la patria, tiraron las riendas de sus ca ballos á la puerta de la casa del señor Alcorta, tras de San Juan, en la calle del Restaurador.

Allí, maestro y discípulo se despidieron cambiando algunas palabras al oído; y, Daniel, seguido de Fermint, tomó por el Mercado, salió á la calle de la Victoria, dobló á la izquierda, y á poco andar, Formin bajó de su caballo y abrió la puerta de una casa donde entró Daniel sin desmontarse. Era su casa.