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zando con la invasión de sus armas; el general Lavalle sobre el Paraná, precedido de dos victorias; al Norte de la República, Tucumán, Salta y Jujuy; al Oeste, hasta la falda de la cordillera, Catamarca y La Rioja en pie, proclamando y sosteniendo la revolución; el Norte de la provincia de Buenos Aires, pronte á conmoverse á la aparición del primer apoyo que se le presentase; la ciudad, hostigada por la opresión y desbordándose sobre el Plata para emigrar á la ribera opuesta, eran todos estos los rasgos de ese inmenso cuadro de peligros que se ofrecía á los ojos del dictador.

Todo el horizonte de su Gobierno se encapotaba.

Y sólo alguna que otra palabra consoladora recibía de la Inglaterra, por boca del caballero Mandeville, en lo que hacía relación con el bloqueo francés. Pero la Inglaterra, á pesar de los mejores deseos hacia Rosas, que animaban á su reprezentante en Buenos Aires, no podía desconocer el derecho de la Francia para mantener su bloqueo en el Plata, aun cuando el comercio inglés se resentía de esa larga interdicción que sufría en uno de sus más ricos mercados de la América Meridional.

De una situación semejante sólo la fortuna podía libertar á Rosas, pues de aquélla no se podía deducir, lógica y naturalmente, sino su ruina próxima.

El trabajaba, sin embargo; acudia á todas partes con los elementos y con los hombres de que podía disponer. Pero se puede repetir que sólo esa reunión de circunstancias prósperas é inesperadas que se llama fortuna, era lo único con que podía contar Rosas en los momentos que describimos; tal era, pues, su situación en la noche en que acaccieron los sucesos que se conocen ya. Y es duran-