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— ģá — entreteniéndose en limpiario con la lengua ;—Fray Viguá, déle un abrazo y dos besos á mi hija, para desenojarla.

— No, tatita —exclamó Manuela, levantándose y con un gesto de temor y de irresolución, difícil de definir, porque era la expresión de la multitud de sentimientos que en aquel momento se agitaba on su alma de mujer, de joven, de señorita, á la presencia de aquel objeto repugnante, á cuya monstruosa boca quería su padre unir los labios delicados de su hija, sólo por el sistema de no ver toreido un deseo suyo por la voluntad de nadie.

—Bésela, padre.

—Déme un beso—dijo el mulato, dirigiéndose á Manucla.

—No—dice Manuela, corriendo.

—Déme un beso—replicó el mulato.

—Agárreia, padre—le grita Rosas.

— No, no!—exclamaba Manuela, con un acento lleno de indignación.

. Pero, en medio de las carreras de la hija,. de las carcajadas del padre, y de la persecución que hacía el mulato á su presa, que siempre se le escapaba de entre las manos, pálida, despechada, impotente para defenderse de otro modo que con la huida, el rumor estrepitoso que hacían sobre las piedras do la calle las herraduras de un crecido número de caballos, suspendió de improviso la acción y la atención de todos.