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MIGUEL DE UNAMUNO

Y se abre la única batalla que hasta hoy ha empeñado Avito en su conciencia. Es en ésta un terremoto; agítansele ondulantes las oscuras entrañas espirituales; el elemento plutoniano del alma amenaza destruir la secular labor de la neptuniana ciencia, tal como así lo concibe, en geológica metáfora, el mismo Carrascal, escenario trágico del combate. «Ha entrado en juego el Inconciente», se dice á cada paso.

Leoncia, la deductiva, la dólico-rubia de sano color, anchas caderas, turgente y levantado pecho, mirar tranquilo y buen apetito, de una parte, de la parte de encima, en las aguas de la ciencia envuelta, y de otra parte Marina, la inductiva, por misteriosa ley de contraste braqui-morena, sueño hecho carne, con algo de viviente arbusto en su encarnadura y de arbusto revestido de fragantes flores, surgiendo esplendorosa de entre los fuegos del instinto, cual retama en un volcán.

Al poco agua y fuego vuelven, como de costumbre, á soldar un pacto; redúcese parte de aquélla á nube, apágase parte de éste. Empiezan á chalanear ciencia é instinto ahora que Avito ha vuelto á ver, como por acaso, á Marina y ha vuelto á departir con ella. El amoroso instinto de Carrascal se dispone á obedecer á la ciencia del teorizante; mas es indicándole antes en silencio, al oído y á oscuras, lo que ha de mandarle.

«El genio ¿no es tan hijo de la naturaleza