— Oh! papá! Tu pena proviene de que estás ciego, no puedes trabajar y recuerdas nuestras necesidades...
— Hija mia!
— Pero todo puede arreglarse.
— Ah! si yo estuviera bueno!...
— Pronto lo estarás. Entre tanto yo... trabajaré y todo marchará á las mil maravillas.
— Cómo! Trabajar!... tú! exclamó don Miguel conmovido.
— Sí, papá; yo bordo regularmente y ...
— Calla, por Dios, Manuela. Tú, trabajar! Pobre hija mia.
— Escucha, dijo la jóven, viendo que su padre no accederia con mucha facilidad, y queriendo usar de un medio seguro. Mamá está enferma, necesita cuidados y remedios, así como tú. Estamos tan pobres que dentro de poco no tendremos ni siquiera qué comer. Cuando ese instante llegue, qué será de tí, y sobre todo qué será de ella! ...
— Tienes razon. ¡Pobre Eugenia!
— No te acongojes, papá; yo trabajaré!
Don Miguel se resistió aún, pero al dia siguiente
Manuela salió en busca de trabajo.