tener la risa. Ernesto miraba á los actores de aquella escena, como preguntando el por qué de esas palabras, de esa turbacion, y de esa risa.
— Que recite! decian todos, haciendo un ruido infernal.
— Que recite! exclamaba el bebedor con voz ronca.
Lovez estaba fuera de sí. No le importaban tanto las burlas, como perder de la consideracion que parecía tenerle el poeta novel.
— Creo que Vds. se burlan de mi, dijo, ciego de cólera.
— Burlarse de tí? Ja! ja! ja! respondió Armando. El vino te hace ver visiones!
— El vino no me hace nada!... gritó él, furioso.
— Fuera! fuera! gruñó uno, por hacer gracia.
La algarabía se hizo infernal.
— Que recite! Que recite! decia cualquiera.
— Sí! Sí! Qué recite! contestaba el coro.
Lovez que habia tomado el asunto por lo sério, se levantó de su silla, pálido de rábia.
— Son Vds. insoportables! gritó.
Y tomando su sombrero se dispuso á salir.
— Que no se vaya! exclamó Armando.