Hubo un instante de silencio.
— He oido hablar de un suelto aparecido en un diario, dijo don Miguel, y que se ocupa de Ernesto como de un mal individuo. ¿Cómo llegó ese papel á manos de mi hija?
— Yo tuve la culpa de ello. Lo encontré en el zaguan, lo leí, y fuí á mostrárselo al instante, sin pensar en lo que hacía. Despues de leerlo, la indignacion de Manuela no tuvo límites...
— Eso lo sé. Su tristeza duró muchos días.
— Lo que hacía sospechar que sintiera un poco de amor hacia Ernesto.
— O de amistad solamente.
— Usted supone, entonces, que hemos sido engañados respecto á la conducta del jóven?
— Sí.
— Así, pues, debíamos haber averiguado la verdad.
— Nos resta un remedio todavía.
— Cuál?
— Averiguarla ahora.
— Pero cómo?
— Hablando con él.
— Y quién se encarga de hacerlo