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APUNTES

quien suponga al sultán arrastrado por sus propios vasallos á la guerra, y por el ascendiente que comenzaba á tomar entre ellos Abd-el-Kader. Pero, si bien se miran las cosas, parece evidente que Muley-Abderrahman obró con harta deliberación y propósito, teniendo muy de antemano imaginados los acontecimientos. Sea lo que quiera del fanatismo de los naturales, quien pudo enfrenarlos durante tantos años hubiera podido acallarlos para siempre, si tal hubiera sido su intento. Ello es que en las negociaciones que precedieron al rompimiento de las hostilidades, y en las que produjeron luego la paz, hubo mayor calma y detenimiento que suele demostrarse en los hechos obligados y precipitados por el ciego empuje de la muchedumbre. Y es seguro que si las tribus hubieran llegado á encenderse por sí solas en fanatismo, y á obrar por su propia voluntad, ni habrían dejado de súbito la guerra, porque el sultán tratase de la paz, ni Abd-el-Kader habría sido expelido tan fácilmente del territorio marroquí, por más que aquél lo pactara con los franceses. Así como los Beni-watases de Fez no pudieron privar á los xerifes del poder que una vez les otorgaron para guerrear contra los cristianos, Muley-Abderrahman no habría sabido separar de Abd-el-Kader á las tribus y cabilas guerreras de sus Estados si éstas hubieran obrado á su albedrío, entregándose ciegamente á su entusiasmo y á su fe. La verdad es que Muley-Abderrahman nunca demostró tanto su sagacidad como en esta ocasión; su principal cuidado fué impedir que las tribus se acostumbraran á mirar la guerra de Argel como cosa propia, y que otro pensamiento que el suyo reinase en el imperio y organizase la resistencia contra los franceses. La in-