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de Sherlock Holmes

Mc. Carthy, hijo, y que todas las teorías en contra de esa son pura luz de luna.


—Bueno; pero la luz de la luna es más brillante que la niebla—dijo Holmes, riendo. Pero mucho me engaño si ésta que está á la izquierda no es la granja Hatherley.

—Sí, esa es.

Lá casa era amplia, su aspecto indicaba comodidad. Tenía dos pisos, techo de pizarra, y grandes matas de liquen amarillo trepaban por las grises paredes. Las ventanas cerradas y las chimeneas sin humo le daban, sin embargo, una apariencia opresora, como si el peso de aquel horror gravitara aún pesadamente sobre ella.

Llamamos á la puerta, y alli la criada, por petición de Holmes, nos enseñó los botines que su patrón había tenido puestos en el momento de su muerte, y también un par de los del hijo, pero no el que había tenido en aquel momento.

Después de medirlos muy cuidadosamente por siete ú ocho diferentes puntos, Holmes expresó el deseo de que lo condujeran á la plazoleta, desde la cual todos seguimos el sendero que conducía á la laguna de Boscombe.

Sherlock Holmes se transformaba cuando seguía una pista como ésa. Las personas que habían conocido solo al tranquilo pensador y logista de la calle Baker, no habrían podido reconocerle. Su cara se enrojecía y se obscurecía; sus cejas se convertían en dos líneas duras y negras, y sus ojos arrojaban por debajo de ellas