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Aventuras

golpe el que su hijo entrara en posesión de la propiedad entera. Pero en este punto me mantuve firme: estaba resuelto á que su maldita sangre no se mezclara con la mia, no porque el mozo me fuera antipático, sino porque en sus venas corría la sangre de su padre, y eso me bastaba. Me sostuve en mi terreno; Mc. Carthy me amenazó; yo le desafié á que hiciera lo que quisiera. Para hablar del asunto teníamos que vernos en la laguna, á mitad del camino de nuestras casas.

«Cuando llegué lo encontré hablando con su hijo. Me puse á fumar un cigarro y á esperar que estuviera solo. Pero á medida que escuchaba lo que hablaba, todo lo que había de negro y malo en mi parecía subirme á la cabeza. Exigía á su hijo que se casara con mi hija, con tan poca consideración de lo que ella pudiera pensar, como si se tratara de una vagabunda de las calles. La idea de que lo que yo tenía de más querido en el mundo estuviera en poder de un hombre como ese, me enloqueció. No me sería posible romper la cadena? Yo estaba moribundo y desesperado: aunque todavía mi cerebro pensaba con claridad y mis miembros tenían vigor, sabía que mi suerte estaba echada. ¡Pero mi memoria y mi hija! Ambas podían salvarse si yo conseguía sólo acallar esa infame lengua. Lo hice, señor Holmes; lo haría otra vez. He pecado mucho, muchísimo, pero he llevado después una vida de martirio en que he purgado mis cul-