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de Sherlock Holmes

«Ahora concluiré, señor Holmes, para no abusar de la paciencia de usted. Llegó una noche en que mi tío hizo una de esas salidas en estado de embriaguez, para nunca volver vivo. Le encontramos, cuando fuimos en su busca, boca abajo en un pequeño charco pantanoso situado al pie del jardín; su cuerpo no tenia señales de violencia, y como el agua no tenía más que dos pies de profundidad, el jurado, teniendo en cuenta su reconocida excentricidad, dió un veredicto de suicidio. Pero yo, que conocia lo que le aterraba, la sola idea de la muerte, tuve que esforzarme mucho para convencerme que se había apartado de su manera de pensar para ir en busca de ella. Pasó el asunto, sin embargo, y mi padre entró en posesión de la propiedad y de unas catorce mil libras que tenía en el banco.» —Un momento—interrumpió Holmes.—Lo que usted me refiere, lo veo desde ahora: presenta el caso más notable que he conocido hasta ahora. Deme usted la fecha en que su tío recibió la carta y la de su supuesto suicidio.

—La carta llegó el diez de marzo de 1883. Su muerte ocurrió siete semanas después, en la noche del 2 de mayo.

—Gracias, sírvase usted proseguir.

«Cuando mi padre tomó posesión de la propiedad de Horsham, hizo, á petición mía, un minucioso registro de la buhardilla que había estado siempre cerrada. Encontramos allí el cofre

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