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de Sherlock Holmes

de agentes de policía que, con su inspector á la cabeza, se dirigían á su facción. El inspector y dos hombres la acompañaron á la casa, y alli, no obstante la tenaz resistencia del propietario, subieron al cuarto en que la seño:a Saint Clair había visto á su marido. No habia en la habiteción el menor rastro de él, y en todo ese piso no encontraron á otra persona que un miserable inválido de repugnante aspecto que, según parece, ha establecido allí su vivienda. Tanto él como el láscar juraron enérgicamente que en toda la tarde no había habido nadie más que ellos dos en el cuarto que daba á la calle. Tan terminante fué su negativa, que el inspector, impresionado por ella, comenzaba casi á creer que la señora Saint Clair se había engañado, cuando ésta dió un grito, saltó hacia la mesa, cogió una cajita de madera que estaba allí, y le arrancó la tapa: de la caja cayó una cascada de soldados de plomo, los juguetes que Saint Clair había prometido á su hijo.

Este descubrimiento, y la evidente confusión que manifestó el inválido, hicieron que el inspector se diera cuenta de que el asunto era serio. Ayudado por los agentes, examinó minuciosamente los cuartos, y todo lo que vieron indicaba un abominable crimen El cuarto delantero tenía un sencillo mobiliario de sala, y conducía á un pequeño dormitorio que mira, por la parte de atrás, á uno de los muelles. Entre el muelle y la ventana del dormitorio hay una es-