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Aventuras

—Duerme—dijo.—Puede usted verle bien d aquí.

Los dos acercamos la cabeza á la ventanilla.

El preso estaba echado, con la cara vuelta hacia nosotros, sumido en un sueño muy profundo:

su respiración era lenta y pesada. Era un hombre de mediana estatnra, vestido con las ropas propias de su profesión, con una camisa de color asomando por los desgarrones de su harapiento saco. Estaba como el inspector había dicho, en extremo sucio, pero la mugre que le cubría la cara no podia ocultar su repulsiva fealdad. Un ancho costurón, resto de una antigua herida, le atravesaba desde el ojo hasta la barba, y por la contracción que había producido levantaba un lado del labio superior, de modo que tres dientes quedaban descubiertos en perpetua risa burlona. Una mata de pelo rubio, muy claro, le cubría la frente hasta muy cerca de los ojos.

— No es una beldad?—dijo el inspector.

Cierto que necesita que lo laven—observó Holmes.—Yo tenía la idea de que pudiera necesitarlo, y me he tomado la libertad de traer los utensilios necesarios.

W Abrió su maleta al decir esto, y sacó de ella, con asombro mío, una enorme esponja de baño.

—Je, je! Es usted muy bromista—dijo riéndose el inspector.

Ahora—continuó Holmes, si usted tiene la gran amabilidad de abrir esta puerta sin hacer