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de Sherlock Holmes

invitaciones á mi madre. El señor Windibank no quería que fuésemos: nunca quería que fuéramos á ninguna parte. Si, por ejemplo, yo deseaba ir á alguna fiesta de escuela dominical, entraba en gran enojo. Pero esa vez me habia propuesto ir al baile, é iria, porque ¿qué derecho tenía él para impedirmelo?

Decía que esa gente no era de nuestra clase, cuando todos los amigos de mi padre iban á estar allí. Y decía que yo no tenía nada decente que ponerme, cuando tenía mi blusa color púrpura que casi nunca había sacado de la cómoda.

Por fin, cuando vio que ningún otro medio podía servirle, se marchó á Francia por negocios de la casa; pero nosotros fuimos, mi madre y yo, con el señor Hardy, el que había sido jefe de nuestro taller; y allí fué donde conocí al señor Hosmer Angel.

—Supongo—preguntó Holmes—que cuando el señor Windinbank volvió de Francia, le molestó mucho el que ustedes hubieran ido al baile?

—Pues no: se portó muy bien ese día. Se rió, me acuerdo, se encogió de hombres, y dijo que de nada servía negar algo á una mujer, porque ésta haría de todos modos lo que quería.

—Comprendo. De modo que en el baile de los gasistas conoció usted á un caballero que se llama Hosmer Angel.

—Sí, señor. Lo conocí esa noche, y al día siguiente fué á casa á averiguar si habíamos lle-