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me compró. Tenían que enviarme por el ferrocarril, cosa nueva para mí, y que requería una buena dosis de valor la primera vez; pero cuando me desengañé de que los resoplidos, encontrones y silbidos del tren, y más que nada la trepidación de la jaula en que me colocaron, no me hacían ningún daño, lo tomé con resignación.

Al llegar á mi destino me encontré en una cuadra bastante buena, aunque no era tan agradable y ventilada como las que yo estaba acostumbrado á ocupar. El piso estaba en declive, en vez de ser plano, y como me amarraban corto el ronzal y mi cabeza tenía que estar pegada al pesebre, me veía obligado á permanecer siempre en pie, lo que era sumamente incómodo. El hombre parece que no quiere comprender que, si el caballo goza de alguna libertad en la cuadra y puede moverse en todas direcciones, se halla mejor dispuesto para el trabajo. Sin embargo, el alimento era bueno, la limpieza excelente, y todo me hacía ver que mi nuevo amo cuidaba sus caballos lo mejor que podía. Tenía muchos carruajes de todas clases para alquiler. Unas veces me guiaban sus cocheros, y otras, el señor ó señora que los alquilaba era el que lo hacía por sí mismo.