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llo no luce como cuando lo compró usted; ¿ha estado enfermo ?

-No, señor-contestó mi amo;-pero, realmente, noto que no está tan alegre; mi criado dice que todos los caballos se ponen pesados y débiles en el otoño, y que no debo extrañarlo.

-Qué otoño, ni qué narices-replicó el amigo; en primer lugar, estamos todavía en agosto; y además con el poco trabajo que tiene, y buen alimento, no debiera decaer así, aunque fuese en el otoño. ¿Qué le da usted de comer?

Mi amo se lo dijo, y el otro movió lentamente la cabeza, y empezó á pasarme la mano por todas partes.

-Yo no podré decir á usted quién se come el pienso, amigo mío; pero, mucho me engaño si es su caballo. ¿Ha venido usted muy aprisa?

-No; todo lo contrario.

-Pues toque usted aquí-dijo, pasando la mano por mi cuello y pechos ;-está tan caliente y sudado, como un caballo acabado de llegar del verde. Si quiere usted oir mi consejo, inspeccione un poco más su cuadra. No me gusta nunca pensar mal, y, afortunadamente, en mi casa no tengo motivo para ello, pues puedo confiar en mis criados, esté yo presente ó ausente; pero hay pícaros, bastante malvados para ser ca-