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partidos en mi casa. En todos ellos hay hombres buenos y malos, ya sean azules, rojos ó de cualquier otro color, y deseo que nadie de mi familia se mezcle en eso. Hasta las mujeres y los niños andan peleando por éste ó el otro color, sin saber siquiera de lo que se trata, la mayor parte de ellos.

- -Padre, yo creía que azul quería decir Libertad.

-Hijo mío; la libertad no la dan los colores.

Estos sólo significan diferentes partidos, muchos de cuyos individuos, la libertad que buscan hoy es la de emborracharse á costa del pueblo, recorrer los colegios en un sucio simón, ultrajar al que no lleva su color, y gritar hasta ponerse roncos, por lo que no entienden... y nada más.

-¡Oh!, padre, eso no puede ser.

-Sí, Enrique, es la verdad, y me da vergüenza ver metidos en eso á hombres que debieran pensar de otro modo. Una elección es una cosa seria, ó al menos debe serlo, y todo hombre debe votar con arreglo á su conciencia, dejando á su vecino que haga lo mismo.

El día siguiente, que fue el de la ciección, el trabajo para Perico y para mí empezó desde bien temprano. Primero. condupmos á una estación de ferrocarril á un gordo y mofleiudo caballero que se presentó con un saco de noche, de alfom-