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porque estaba acostumbrado, y Perico temía que Corzo se enfermase. Durante toda la semana de pascuas tuvimos mucho trabajo hasta tarde, y mi amo se empeoró de la tos; cuando Paulina salía á recibirle con la linterna en la mano, parecía ansiosa é intranquila.

La víspera de Año Nuevo tuvimos que llevar á dos caballeros á una casa al extremo oeste de la ciudad. Llegamos allí á las nueve de la noche, y ordenaron que regresásemos á las once, añadiendo que tal vez tuviéramos que esperar algunos minutos.

Al dar las once nos encontrábamos de nuevo puerta, pues Perico era muy puntual. Dieron las doce, y la puerta permanecía cerrada.

á Había llovido durante el día, y aunque la noche estaba serena, soplaba un viento tan frío y penetrante, que casi era inaguantable para nosotros que nos hallábamos á la intemperie. Mi amo se apeó del pescante, vino á ponerme una de mis mantas un poco más sobre el cuello, y dió dos ó tres paseos, pisando con fuerza como para que le entraran los pies en calor. Empezó á sacudirse los brazos contra los costados, pero esto le aumentó la tos, y abriendo la puerta del coche, se sentó en el fondo, con las piernas de fuera, de modo que tenía algún refugio. A las doce y media fué á tocar la campanilla y pre-