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te latigazo, y brinqué; pero no di un paso adelante.

-Algo ocurre aquí, señor-dijo Juan.-Se apeó, vino á mí, reconoció el piso y mis arneses, y tomándome por la cabezada trató de hacerme andar.

-Vamos, Azabache, ¿qué es lo que te pasa?

Yo no podía decírselo, pero estaba muy cierto de que el puente no ofrecía seguridad.

En aquel momento, el hombre del pontazgo, en el otro extremo del puente, salía de la casa con una antorcha en la mano y nos hacía desesperadas señales.

- Alto! ¡ alto!-gritaba.

-¿Qué ocurre?-preguntó mi amo.

-El puente está roto en el centro, y una parte de él ha sido arrastrada por la corriente; si avanzan ustedes caerán todos en el fondo.

-Azabache tenía razón, señor-dijo Juan, tomándome suavemente por la brida y haciéndome volver para tomar la orilla del río.-Monto otra vez en el carruaje y seguimos en busca de otro puente que se hallaba á varias millas de distancia. Era completamente de noche ; el viento había amainado, y la obscuridad y la calma eran profundas.: Trotaba yo tranquilamente, oyéndose apenas el ruido de las ruedas del carruaje en el blando pavimento. Durante un rato,