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LAS BELDADES DE MI TIEMPO

tuvo, hubiera sido decapitado tres años después, si el triunfo hubiera sido de los ingleses. ¡Cuán ricos no seríamos hoy todos!... Y ¿qué sería de este pedazo de tierra desde la Ensenada de San Borombón hasta Jujuy, si hubiera caído entonces en otras manos que aquellas en que quedó? Hubiéramos sido el Canadá del sud. Habríase antepuesto el egoismo inglés al "honor castellano", pero el peso nacional de curso legal, que no vale sino la pitada de un cigarro, se nos habría convertido en libra esterlina.

Así, en lugar de que, como en la aetualidad, por vengarse de la derrota aquélla, nos estén sacando el cuero, siempre con sus préstamos leoninos y capciosos al tipo de 1 para redituar 10; nosotros seríamos hoy los beneficiados.

Sin revoluciones, sin estas pampas desiertas por nuestro proverbial abandono, y sin estos pueblos del Interior con cada Gobernador más pesado que un templo, apoderándose de los mejores sueldos evaporan, además, hasta el capital de los bancos emisores, levantando de la noche a la mañana fortunas que los Carabassa no han conseguido formar sino en cuarenta años de trabajo honrado y asíduo.

¡Díganme todos poniendo la mano filosóficamente sobre el corazón, ¿hay motivo alguno para festejar este triunfo? pues digo, omitiendo el recuerdo de otros, por el estilo de temor que se me tache de mal patriota!...

A mí me gusta el mate, es cierto, pero más me gusta el coñaque, que sienta al estómago después de comernos un buey asado, como lo hacemos, generalmente, aquí.

Pero ya que me he lanzado en la descripción del barrio aristocrático del sud, permítanme que siga poniendo nombres que se disputan en mi cerebro