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EL PREJUICIO SEXUAL Y EL PROFESORADO

normal y anormal teórica cuando fui sorprendida por la designación de relator oficial del tema: « La cuestion del sexo y la educación especial higiénica y moral en la enseñanza primaria y secundaria», ante el Congreso Internacional de Medicina é Higiene del Centenario Argentino.

Siempre, al estudiar la degeneración, el factor «responsabilidad paterna» me había parecido fundamental.

El que no haya visitado un patio de idiotas en los Hospicios, las salas de un hospital de niños ó esa mísera cloaca humana que se llama, loh irrision!— « La cuna», debe hacerlo si es padre, debe hacerlo si es mujer.

Si al ver á un niño lo que más atrae es la luz gozosa de la mirada, qué no dicen contra el vicio que los engendró esos ojos dilatados por el dolor que nos siguen con pena infinita mientras visitamos la sala, que nos acompañan fuera, que reaparecen juzgando toda alegría, perturbando el sueño, mirándonos desde adentro en todas partes á pesar de que el potbrecito enfermo, condenado desde antes de ver la luz, no conoció de la vida mas que la cama del hospital ó el cochecito del paralítico.

Quien los ha visto, no olvidará jamás los ojos de Angelita, de esa niña epiléptica del Patio Higuera, en el Hospicio de Alienadas. Grandes, serenos, bellos, saltan fuera de las orbitas: Un intenso dolor, allá adentro, en la retina, una lesion sifilítica, obliga á la criatura á hundir sus deditos entre la orbita y el globo del ojo. La oyerais quejarse: Un perro apaleado por su amo no aulla más lastimosa y bestialmente. Cuando está tranquila, en sus raros momentos de reposo, levantamos su carita hacia el sol: La nina abre grandes y ansiosos los ojos y, fija, estáticamente, calmada bajo el suave calor, la cieguecita parece beber luz.

Visitaba, en Bicêtre, la sección de niños anormales. Después de recorrida toda, pasadas horas de horas entre esos pobres, miserables seres, llegué á la enfermería.

Miraba á un infeliz que, atado como perro·rabioso al caño de la estufa, daba vueltas y vueltas gruñendo y babeando, cuando un gritito jubiloso, un!Maman! lleno de amorosa alegría, me hizo volver. De pie sobre la cunita,