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doce años, se reveló en mí con fuerza que no se ha extinguido.

Zell me sirvió una taza de thé, y el viejo me hizo varias preguntas, relativas á mi familia, á las que contesté francamente que no podia contestarle, y que deseaba hacer fortuna por mí mismo.

—Tambien voy á ser franco contigo. No soy tan pobre como crees. Mi nieta Zell no tiene á nadie más que á mi, y por razones especiales, nunca sale de casa. Me asusta su aislamiento. Si quieres quedarte con nosotros, comerás hasta que los tiempos mejoren y harás los encargos de Zell. ¿Aceptas?

Aunque me hubieran ofrecido hacerme protentado, admití aquella proposicion. ¡Vivir con Zell! ¡Ser su esclavo!

No sé lo que dije, pero á poco se marchó el viejo y yo me quedé con Zell limpiando las tazas de thé: por haber roto una me propinó un soberbio bofeton, valida de la superioridad que le concedían los cuatro años que me llevaba: me miraba con el mismo interés que á su gato.

La sala donde generalmente habitábamos estaba muy limpia, pero lo demás de la casa lleno de polvo. Con cuatro peniques y medio que le daba el viejo, atendía Zell á las necesidades de la casa: yo era el encargado de la compra, segun las instrucciones de la jóven, la cual ó me recompensaba con