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dándole sus beneficios y los del Senado, como el haberle honrado con el título de rey, de amigo, enviándole espléndidos regalos, distinción usada de los Romanos solamente con pocos, y esos muy beneméritos, cuando él, sin recomendación ni motivo particular de pretenderlo, por mero favor y liberalidad suya y del Senado, había conseguido estas mercedes. Informábale así bien de los antiguos y razonables empefios contraídos con los Eduos; cuántos decretos del Senado, cuántas veces y con qué términos tan honoríficos se habían promulgado en favor de ellos; cómo siempre los Eduos, aun antes de solicitar nuestra amistad, tuvieron la primacía de toda la Galia; ser costumbre del pueblo romano el procurar que sus aliados y amigos, lejos de padecer menoscabo alguno, medren en estimación, dignidad y grandeza. ¿Cómo, pues, se podría sufrir los despojasen de lo que habían llevado a la alianza con el pueblo romano? Finalmente, insistió en pedir las mismas condiciones ya propuestas por sus embajadores: que no hiciese guerra a los Eduos ni a sus aliados; que le restituyese los rehenes, y caso que no pudiera despedir ninguna partida de los Germanos, a lo menos no permitiese que pasasen otros el Rhin.

XLIV. Ariovisto respondió brevemente a las proposiciones de César, y alargóse mucho en ensalzar sus hazañas: "que había pasado el Rhin no por propio antojo, sino a ruegos e instancias de los Galos; que tampoco abandonó su casa y familia sin esperanza bien fundada de grande recompensa; que tenía en la Galia las habitaciones concedidas por los