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tud de cadáveres de su estirpe. Y pudiera haber sido mas trabajoso para los nuestros este terrible combate, si el valeroso Capitán Antonio de Salazar no hubiese impedido la salida á los indios sitiados en la ciudadela de Socoleo, que por dos veces la intentaron ejecutar en socorro de los Serranos.

Concluida la facción quo hemos referido, volvieron los Españoles á continuar el asedio de la fortaleza de Socoleo: sentía ya el Cacique Caibilbalám falta de gente por los muchos que se le habían matado, é igualmente advertía grande escasez de víveres, y afligido sobre manera, intentó la fuga, avanzando en el silencio de la noche, por sobre los pretiles de la barranca, con algunos parientes y escolta de principales; pero fué su desgracia que dio con una de las róndas de campaña, de que era Cabo Juan de Pereda, y encontrando con aquella tropilla y preguntando por el nombre, como no se le respondiese, la acometió y disparó el darlo de una ballesta, con que atravesó el brazo á Caibilbalám, que sintiéndose herido, se volvió al castillo por la parte por donde había salido, quedando prisionero uno de aquellos principales, y no poco pesaroso Pereda de que no le diese su fortuna por presa la importante persona de aquel Monarca. Era ya el mes de Octubre: contábanse cuatro meses de campaña en un invierno proceloso, y ahora se empezaban á esperimentar intolerables yelos y escarchadas, juntándose á esto lo pantanoso del terreno, por lo que se comenzaban á sentir en el ejército graves calenturas. Temiendo Gonzalo de Alvarado ser acometido de algún ejército de indios en tiempo de epidemia, hizo poner á los enfermos en el lugar desamparado de Güegüetenango, que le servia para almacenar los víveres, escoltados de buen presidio; y para apresurar el asalto de aquella fortaleza, abandonóla operación de las azadas, por la industria de las escalas, haciendo labrar buen número, para poder servirse de ellas por varias partes; y de tal capacidad, que por cada una pudiesen ascender tres infantes: arbitrio de que no se hizo uso desde el principio, porque el intento era servirse de la caballería para ganar la ciudadela.



Juarros.— Tomo II 2O