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El May-Pole de Merry Mount

indolentes sectarios de la alegría durante nuestros días y los de toda nuestra posteridad. ¡Amén, dice John Éndicott!

—¡Amén!— coreó su séquito.

Los adoradores del May-pole lanzaron un gemido por su ídolo. A esta manifestación, el jefe puritano dirigió una mirada a la cuadrilla de Como, en que cada figura, representación de la más franca alegría llevaba en aquel momento la expresión de hondo abarimiento y tristeza.

—Valiente capitán,— inquirió Péter Pálfrey, el más anciano de la banda, —¿que disposiciones se tomarán con respecto de los prisioneros?

—No pensaba arrepentirme jamás de haber echado abajo un May-pole y, no obstante encuentro ahora en mi corazón que le plantaría de nuevo para procurar a todos estos paganos otra danza en tomo de su ídolo. ¡Hubiera servido perfectamente como poste de azotes!

—Hay bastantes pinos, sin embargo, —sugirió el lugarteniente.

—Es verdad, buen anciano, —replicó el jefe.

— De consiguiente, atad a la condenada banda y procurad a cada uno de ellos una pequeña ración de cardenales como adelanto de nuestra futura justicia. Colocad luego en el cepo a algunos de esos villanos para que descansen hasta que la Providencia los conduzca a una de nuestras bien organizadas colonias donde podremos encontrar acomodo para todos. Después pensaremos en otros castigos, como marcas de hierro candente o corte de las orejas.