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Cuentos Clásicos del Norte

pero había consumido sus municiones en la batalla y no podía siquiera intentar la caza. Sus heridas, inflamadas por el constante esfuerzo de que dependía su sola esperanza de vida, disminuían sus fuerzas y muchas veces perturbaban su razón. Pero, aun en medio de su desvarío, el joven corazón de Rubén se aferraba fuertemente a la existencia; hasta que, incapaz absolutamente de movimiento, desfalleció al fin bajo un árbol, viéndose obligado a esperar allí la muerte.

En tal situación fué descubierto por una partida despachada en socorro de los sobrevivientes, a las primeras nuevas de la batalla. Lleváronle a la colonia más cercana, que resultó por azar su propia residencia.

Dorcas, con la sencillez de los tiempos primitivos, velaba al lado del lecho de su amante herido prodigándole aquellos cuidados que son privilegio exclusivo del corazón y las manos de la mujer. Durante varios días los recuerdos de Rubén vagaron pesadamente entre los peligros y obstáculos que había tenido que vencer, y el joven fué incapaz de dar respuesta definida a las preguntas con que muchas personas se apresuraban a fatigarle. No habían circulado aún detalles auténticos del combate; ni era dado tampoco a las madres, esposas e hijos saber si los seres amados de su corazón estaban cautivos o yacían entre las cadenas inquebrantables de la muerte. Dorcas guardaba en silencio sus temores hasta que una tarde, despertando Rubén de un sueño intranquilo, pareció reconocerla más claramente que las veces