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Segundo Huarpe

bajo que él conocía por haber hecho vida con un amigo suyo.

—Es bonita?, dijo García (un hombręcillo de unos 24 años, cenceño, medio gibado), poniendo los ojos como balas.

—Bonita, no;— respondió el "Zurdo"—; pero simpática sí... Es una mujer de unos 45 años...

—Es vieja; hay que buscar otra, respondió García.

—No, dijo Ramírez. El amor hay que hacerlo fuera de casa. Que venga la modista.

Juana, que asi se llamaba la mujer propuesta por el "Zurdo", era uno de esos seres que nacen con una inquietud peligrosa en el alma. Desde niñera hasta modista (título como doctoral que había adoptado para el último tercio de su galantería) todo había sido, todo había hecho, menos vivir con ladrones. Fué por eso que aceptó gustosa el ir a la misteriosa casita, como escondida en las afueras de la gran metrópoli, en la seguridad de que pronto sería más que una doméstica.

Los ladrones vieron entrar a la modista con la mayor indiferencia... como si vieran entrar un perro manso de la vecindad. No se sospecharon que en aquella traída osamenta había todavía encantos; que en aquel cuerpo como un junco usado había una vieja música, esencias de placer... un vino añejo capaz de dar otros vinos con dejo de pasados verdores.

La casita se movió, cobró vida, alegría; todo comenzó a encontrar su quicio: los trastos, la despensa, las horas, el sueño...

Y cuando Juana pudo ponerse una flor en el pecho; cuando remozó sus coqueterías perfumadas de desengaño y hastío, cayó uno de los amos, cayó el "Zurdo". La criada comenzó a ser señora. Y como los ladrones