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Página:Cuentos cortos por Segundo Huarpe (1922).pdf/86

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Segundo Huarpe

la pócima que antes no quiso apurar: el tendero Ramírez.

Ella sabía que el tendero la quería y que de ella dependía su unión con él; que sólo debía ir denodadamente contra la timidez de aquel hombre sencillo... No era, por otra parte, Ramírez un partido despreciable. Rico, con treinta años de residencia honesta en el paísqué mejor contrapeso para su tilde de viejo y feo? Los dos eran amigos de la familia del muerto y debían encontrarse en el velorio.

Cuando Mariquita entró en la capilla ardiente vió a Ramírez en un rincón todo compungido, y le dirigió una mirada llena de coquetería que turbó al ingenuo comerciante.

La gente entraba y salía. A las doce sólo Mariquita y el tendero velaban el cadáver. El olor a pavesa y el calor que despedían los cirios hacían irrespirable la atmósfera. El encargado de la capilla roncaba en el patio. Mariquita habló a Ramírez de lo triste que es vivir solos. Le recordó cosas pasadas... Y mientras esto decía, su cuerpo parecía la torre inclinada de Pisa, en un afán de buscar el hombro del tímido Ramírez.

Tres golpecitos sincrónicos como dados en la caja mortuoria, interrumpieron el coloquio, volviéndo la torre a la vertical.

—Debe ser un ratoncillo — dijo el tendero.

—Sí... — agregó ella, pero no convencida.

La conversación se reanudó y la torre inclinóse de nuevo. Minutos después sentíase como si alguien empujara con sigilo una de las ventanas. Mariquita y Ramírez se miraron como si pensaran en un indiscreto...

Al amanecer el matrimonio estaba concertado. Y