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Carlos Gagini

peinado, del corte irreprochable del vestido, de los secretos del adorno puesto con estudiada coquetería! ¡Con cuánta habilidad fué sonsacando a su marido las cosas que más le habían agradado, los platos más sabrosos, el arreglo de los muebles, los refinamientos de la vida parisiense! ¡Cómo se coloreaban de placer sus mejillas cuándo él consagraba un cumplido a la elegancia de su traje o al arte exquisito con que disponía la mesa!

A mediados de Diciembre anunció Federico a Adela un nuevo e inesperado viaje: la casa iba a entablar demanda contra una compañía francesa y era preciso que uno de los socios dirigiera en París el litigio, pues no era cosa de perder así no más cien mil francos. Tampoco esta vez podía Ernesto encargarse de la comisión, pues su padre estaba gravemente enfermo.

La noticia fué una cruel puñalada para Adela. ¿De manera que toda su paciente labor de reconquista iba a resultar estéril? ¡Volver Federico a París cuando aún no se habían borrado de su memoria aquellos malditos recuerdos ni de su frente aquella nubecilla que desesperaba a su afectuosa compañera! Un ominoso presentimiento le decía que de esta vez iban a robárselo para siempre aquellas aborrecidas mujerzuelas. Pero, ¿cómo impedir el fatal viaje?

Quedaba un recurso: ir ella y llevar también a Luisito...

No, jamás se atrevería a proponérselo a su