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LA CIUDADDEL VICIO

viejo, tipo común de los ciegos hambrientos, con la mochila colgando, violín atado al hombro por un cordón verde y sucio, sombrero apabullado; vesti- do de lana burda. El hábito de cantar frente a las ven- tanas le había echado un poco hacia atrás, los ojos muy abiertos tenían una serenidad vidriosa, la boca era un poco torcida en las comisuras,


=== En ciertos días corrían la ciudad entera—callejo-


bregos y calles húmedas de los antiguos barrios —dondeé parece aún errar una leyenda de navajazos y la bulla de altercados estériles... A la noche in- ternábanse por los bajos cafés de obreros, en la Alfa- ma, Mouraría y Barrio Alto (1); y allí, acurrucados en un rincón, mientras gemía el violín, el mucha- cho, levantando la voz, decía las desgracias de los ««ondenados en los presidios de Africa y las lamenta- ciones del Conde de Vimioso y terminaba por ten- der el sombrero en espera de la limosna de los que bebían... Eran los únicos tristes de la calle aquellos abandonados de la fortuna: la vieja que nadie veía, el ciego y el rapaz macilentos...

Volvían tarde, extenuados.

—i¡Vamos, hombre, vamos, parece que no tienes fuerza en las piernas! decía el ciego al pequeño.

Sucedía a veces que Miguel recordaba que no ha- bía petróleo en casa y que las provisiones estaban por pagar en casa de Juan el tendero y que no le faría un real en la mañana siguiente si no fuese pa-

(1) Los tres barrios más típicos de Lisboa; el Barrio Alto por encima del Chiado y de San Pedro de Alcántara; Alfama y Mo- sería a la otra banda del Rocío.—N. del T.

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