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LA CIUDAD DEL VICIO

de la madrugada a las once de la noche, día a dia, sin descanso... Era él quien barría como mozo (1) más joven, quien ponía los cierres, abría la puerta muy de mañanita, limpiaba el polvo y molía el café... Me- tido en el zaguán enlosado o en la cocina tene- brosa de la tienda, donde en verano y en invierno una baba salitrosa y heluda lloraba de la inmunda cantería y de las paredes polvorientas, allí pasaba los días, sólo con una triste camisa cubierta de man- chas, arremangada y rota por todas partes, pantalo- nae de pana sobre las piernas desnudas y zuecos en los pies sin medias, hinchados y torpes... Los in- viernos habían sido implacables en ese antro aún para el montañesito acostumbrado a los hielos de las sierras de la Beira... Como los portales no tenían puertas, un vientecillo horrible cortaba por el pasillo de la tienda al zaguán, poniendo en las carnes vetea- dos de zebra, listones amoratados, sabañones en las manos de los dependientes y tornando la cocina in- habitable y mortífera... El mozo no se quejaba. Nun- ta en la vida había tenido pelliza; los pantalones de pana desgastada, relucientes de sebo, no le resguar- daban las piernecillas esqueléticas, y cortado al rape el pelo, no podía resguardarle la piel del cráneo... Cuando llovía, aún peor... El agua inundando el za- guán entraba en la cocina, escurriéndose por la an- fractuosidad de las piedras y viniendo a mojar los fardos del almacén...

(1) Afargano es la palabra genuinamente lisboeta y la que usa Fialho para designar el motil o mozuejojgmpleado entiendas, que barre, friega y se dedica a las faenas más serviles del co- mercio al pormenor.—N, del T.

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