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LA CIUDADDELVICIO

la madrugada. Había sido penoso el día; moler café toda la santa tarde, guardar botellas que habían ve- nido, limpiar el moho de los quesos...

Y Jos ojos se le cerraban en el adormecimiento de una enorme fatiga, cuando muy suavemente otra vez las tales pisaditas sonaron ahogando ruidos, como de alguien que fuese, recostado en las paredes, tan- teando las cosas en la oscuridad. El deseo de él era gritar: ¿quién anda ahí?; buscaba los fósforos, pero sentía una cobardía que le deshacía todo, crujíanle los dientes; ¡si fuesen ladrones!... Y en su mente ad- quirían relieve leyendas de malhechores, actitudes trágicas en que brillaban navajas y corría sangre... Y sus oídos zumbaban en el terror de aquella espec- tativa y un fósforo raspado en la pared abría fulgo- res tibios, a cuya luz la figura dei ratero tomaba ras- gos de siniestra audacia, el £ic sagaz de un animal fe- roz, el pescuezo extendido, a la escucha hacia dentro, y lacabeza chata de un dibujo de carnívoro,a la cual dos orejas grandes despegadas de las sienes daban el aspecto de un mochuelo, desgalichado y lúgubre: ¡0 Fosué! ¡O Fosue!... Y la voz que así dijera, aho- gábase en secretear entrecortado, pareciendo volar por todos los puntos de la casa, desde la bóveda de la tienda a la escalerilla de la cueva; cuando desde la calle un silbo discreto, allá lejos, en la precaución de un plan estudiado, hacía caer el fósforo y deslizarse la sombra del ratero, en tropezones con las tinie- blas... El mozuelo hacía entonces esfuerzos desespe- rados por gritar; llevábanse el dinero de la tienda y los fardos; Pinto ¡ba a matarle en sabiéndolo... Y

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