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FIALHO D'ALMETDA

Chellas, sentado en su lecho, con los ojos en les dos puños, lloró unas pocas horas como si fuese de la fa- milia, lo que causó gran escándalo entre el personal de servicio, principalmente el enfermero que, chu- pando en la pipa, con los ojos dormidos, le llamó en voz alta: ¡gran pantomimero!...

El mozo tenía un afecto grande al buen hombre, ingenuo como él, que hablaba en un tono repo- sado que le recordaba a las gentes de Santa Comba, y que sabía esos proverbios rudimentarios sobre es- tados de tiempo « de salud, señales de recolecciones o de fortuna personal, en que el pueblo acostumbra a sintetizar su patrimonio de observaciones seculares y anónimas. Era el viejo de Chellas el único que mos- traba interés por él, queriendo saber de dónde era, qué hacía, el nombre del padre, si en la tienda era bien tratado y qué tal de manducatoria...

Así, en la mañana en que la mejoría se esbozó francamente en el mozuelo, por la inteligencia lúcida que volvía al cabo de un período agudo, en que la fiebre le había impedido todo, percepciones fieles y coherentes juicios, la primera cara que afrontó, abriendo los ojos después de un sueño reparador, fué la del campesino que le sonrió, desde la cama del vecino del lado,a cuyos pies estaba sentado. Y fué él quien, al fin de una gran charla sobre la enferme- dad de ambos, con el brazo extendido, le fué presen- tando atoda la enfermería, con la historia de cada en- fermo, las respectivas manías, las gracias de los mo- zos, las invasiones bruscas de la estudiantada que abría de par en par las puertas y las mamparas para

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