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LA CIUDAD DEL VICIO

imbécil y que exhalaba rencor... Y desde la venta- na daba espanto también el rostro del paralítico, es- bozando una de esas tristezas densas y mudas, que dan pena hasta a los niños y de las cuales la gente se acuerda toda la vida. Ninguno de ellos tenía quien le quisiese ya, y los afectos dispensados a los demás; -- mujeres volviendo a ver a sus maridos, hi- jos besando a los padres, hermanos besando a los hermanos, y amigos contando lo que se hacía por fuera, escándalos de la calle, casos de la fábrica, proyectos y desastres —producían en el alma de los dos como un resonar de bofetada, insulto que no se perdona y trae el odio como una reacción... Pero de repente, detrás del viejo de Chellas, una voz confusa dijo: —¡Oh, marido!...

Volvióse él a aquel timbre de voz conocido, con los brazos abiertos, queriendo levantarse de donde estaba sentado, y sin poder. Era su vieja campesi- na, (1) de botas recias y pañuelo amarillo...

—¡Eh, compañera!...

Quitándose el chal de bayeta, la pobre habíale caído de lleno sobre el pecho, llorando sin hablar y muy alegre por verle ya en pie...

Reían en torno de unas ternuras de sesenta años vivas y sanas, que tenían, tan sencillas, un perfume casto de bodas de oro, al tiempo en que un mozo, apuntando al lecho del muchacho, dijo para un se- ñor: ¡Es aquí!... E inesperadamente el pobre rapaz

(0) Saloío y salofa quees la típica palabra para designar a los campesinos de los alrededores de Lisboa. Chellas,es en efecto un arrabal de Lisbea, donde hubo un antiguo convento.—/V. del 7.

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