oprimido por el peso de su vergüenza, y salió con ella.
Los ojos de Inés solo encontraron los mios un momento, pero aquella mirada bastó para revelar- me que habia oido, por lo menos, parte de lo que acababa de pasar.
- No me esperaba, dijo Uriah, este exabrupto, Mr. Copperfield; sin embargo, esto no es nada; mañana por la mañana seremos buenos amigos. Todo lo que hago es en su interés, que miro con verdadero celo.
No respondi, y subí á la tranquila estancia donde Inés habia venido á sentarse tan frecuentemente á mi lado mientras escribia.
Habia aceptado el ofrecimiento que me hizo Mr. Wickfield al principio de la comida, de que acep- tase aquella habitacion mientras permaneciese en Cantorbery, invitacion que Uriah no se atrevió á contradecir. Habia cogido un libro y trataba de leer, cuando al dar las doce, Inés entró.
- Trotwood, me dijo, mañana temprano os marchareis; vengo á deciros adios.
Habia llorado; sin embargo, su rostro presen- taba el encanto de su apacible hermosura.
- Mi querida Inés, veo que me suplicais que no hable de lo que ha pasado esta noche... Pero ¿no se puede hacer nada?
- Lo único que hay que hacer, replicó, es es- perar en Dios.
- ¿Pero yo no podré nada? i yo, que he venido å que me consoleis de mis pesares?
- Y para amenguar los mios... añadió, querido Trotwood, ; no!
Insisti :
- Querida Inés, tal vez sea presuncion mia, que poseo tan poco de lo que á vos os sobra, la virtud, la