DIARIO DE UNA COMEDIANTA 103
Al salir del palacio de la Embajada, nos cruza- mos con el ex gran duque Constantino Cons- tantinovitch.
Va vestido como un hombre de última clase, y parece haber bebido copiosamente; habla con dificultad y lleva el rostro encendido. Explica a los transeuntes, en voz muy alta, que los aconte- cimientos son satisfactorios y que los alemanes van a restaurar el Imperio.
¡Cuando pienso que ayer todavía leí un núme- ro de la revista Je sais tout, que consagra un ar- tículo al gran duque Constantino, en el cual se le exliibe como gran amigo de Francia, ocupan- do la cumbre de la jerarquía de todas las Rusias! ¡Cuando recuerdo las fotografías que de él vie- nen, allí acompañadas de nuestros grandes per- sonajes de la política y del ejército!..,
¡Qué contraste!... He ahí al hijo caído, ebrio y maldiciendo a Francia.
Seguimos nuestro camino. Hermosos hidro- planos evolucionan sobre nuestras cabezas y bajan 2 posarse graciosamente sobre el Neva helado.
Me causaría gran confusión el verme obligada a decir exactamente quiénes van en esos apara- tos, si son bolcheviques o militares, si son aficio- nados o simplemente rusos.
¿No será más bien de temer que sean aviones alemanes?
