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DIARIO DE UNA COMEDIANTA 121

Desde hace algún tiempo, estoy, en efecto, en relaciones frecuentes con cierto número de per- sonas que influyen en el bolcheviquismo.

Esto ha sido necesario, porque deseo salir de Petrogrado llevando conmigo los rublos que el Banco del Estado me retiene aún. Lo mejor, pues, ha sido emplear una amable diplomacia.

Fuí una vez más al Palacio de Invierno, don- de recibe Lunacharsky, nuestro comisario de Bellas Artes, que es verdaderamente encantador para todos los artistas franceses, y que no parece pertenecer a los bolcheviques; porque carece de la expresión desdeñosa de aquéllos y no ostenta el fetiche de la calavera. Es un hombre muy bien educado, y de una gran erudición.

Aquel día, Lunacharsky, que se encontraba enfermo, anunció que no volvería sino hasta el 2 de Mayo por la mañana.

Su secretario, Steneberg, que es pintor y que ha expuesto algunos de sus trabajos en el Salón de los Independientes, en París, estaba muy per- plejo ante los numerosos dibujos en colores des- tinados a la exhibición en las calles, y que de- bían representar el bolcheviquismo.

Era preciso escoger uno que sobre todo re- uniera las condiciones de ser más visible, más im- portante y mejor logrado que los demás, para que sirviera de emblema oficial, y que sería pa- seado solemnemente.