DIARIO DE UNA OOMEDIANTA 127
A 10 de Mayo.
Quedarme aquí, siendo francesa, seria una lo- cura. Pero para partir se necesita dinero y mis fondos continúan en el Banco. El Gobierno de Trotsky sigue sosteniendo el embargo de todos los depósitos, cuya devolución no autoriza sino cuando le place.
Y esto no acontece muy a menudo.
Sin embargo, yo tenía un documento firmado por Lunacharsky, un documento en toda forma y con numerosos sellos rojos. Este hombre, tan amable, no se había hecho rogar y, llena de re- gocijo, me presenté en el Banco para recibir el dinero.
Pero allí, un secretario me indicó tudamente que no bastaban las firmas de mi autorización.
¡Qué fracaso tan horrible!
Llorosa y desesperada, fuí a pedir consejo a Steneberg, el pintor, que siempre ha sido muy amable conmigo. Le encontré sombrío y ner- vioso, Todas las puertas del Palacio de Invierno estaban abiertas. Podía entrar quien quisiera y como lo quisiera.
—Si-—me dijo Steneberg—, la hora es triste... ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué va a ser del hermo- so sueño que habia fabricado nuestra mente? Cierto que hay entre nosotros algunos creyentes, como Lunacharsky y varios de sus amigos. Pero,