22 PAULETTE PAX
de circunstancias tan conmovedoras que se cree- rían motivo suficiente para suspender todos los servicios.
Hasta el teléfono me llama para algo insigni- ficante. Una amiga que habita un hotel de los «rrabales de Petrogrado me pregunta si trabajo mañana; quiere oirme y desea tener sus locali- dades.
¿Acaso sé si se representará mañana?
Los tiros ya no cesan. Se oye mal con todo lo que tapa las ventanas.
Paula, mi cocinera, y Lidia están animadas de muy buena voluntad. Ellas mismas descuelgan cuadros y empacan en lienzos las pequeñas esta- tuas y los demás juguetes.
Sin cesar, el ascensor sube al cuarto piso la parte de mis muebles que voy a poner al abrigo.
Me hallo extenuada. Esta incertidumbre de lo que sucede me tiene los nervios en una horrible tensión.
Me refugio en la cocina. Su ventana está com- pletamente defendida por un montón de nieve, y las tres, mi cocinera, mi doncella y yo, queda- mos en espera de no sabemos qué.
Paula pone maquinalmente a hervir agua para hacer el té. Jamás había yo tomado el té de una manera tan singular.
Pero se oye un tumulto muy cerca, en la casa,