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su educacion, consolidándose los conocimientos que ha adquirido.

Aun cuando los pueblos se componen de adultos, son casi siempre jóvenes, y las mas veces niños, crecidos en verdad, pero susceptibles como los mas pequeños de muchas impresiones y serios estudios.

¿Son por ventura los niños los que en nuestros dias confunden con la práctica de una religion sublime y consoladora las crueles y mezquinas inspiraciones del fanatismo y la supersticion? ¿Son solamente los niños los que creen en las apariciones, en las brujas, en los adivinos y en los sueños; los que alimentan por el exceso de su credulidad la codicia de los charlatanes y estafadores infames que infestan aun nuestras aldeas? ¿Son acaso los niños los que, ignorando los mas sencillos efectos de las causas naturales, se exponen á cada momento por esta ignorancia á los mayores peligros? ¿Los que por la costumbre de rutina no pueden marchar por la via progresiva que se abre ante ellos en agricultura, en economía doméstica y en tantas otras ciencias y artes?

La respuesta de estas preguntas es conocida de todo el mundo. No; no son los niños los que estan tan atrasados en civilizacion; son los adultos á quienes se ha permitido descansar en la estupidez sin aprender á leer ni á escribir; son hombres á quienes por deplorables motivos no se ha permitido instruirse y que, desgraciadamente, componen hoy mas de la mitad de la nacion.

Semejante estado de cosas es suficiente, sin duda, para crear la necesidad de propagar por todos los medios posibles la instruccion de los adultos; aun diremos mas, sin ella, todo lo que se hace es nada.

¿De qué sirve la educacion moral de la infancia reconmendada con tanto zelo, si en el momento en que cesa, el jóven que la ha recibido entra en un mundo que no profesa las mismas opi-