Página:Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1911).djvu/319

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propia personalidad. Después, cuando me reconcilié con la Iglesia, no lo hice con toda la intensidad, con toda la exageración que debía, y seguí siendo indiferente, salvo las apariencias.

Ahora hay que reaccionar y rehacer el camino.

El pueblo necesita una disciplina: aquí la tenemos hecha. Ninguna más fácil y eficaz que la religión. Yo, Alcalde, de acuerdo con el cura, haré de mi aldea lo que se me antoje. Yo, Gobernador, haré con el diocesano lo que creamos preciso. Yo, Presidente, haré con el arzobispo cuanto se nos ocurra... Éste es el único peligro: el «nos». Sólo Rosas supo meterse al clero en el bolsillo; porque á Rivadavia lo «voltearon» ellos... ¡En fin! no me ha llegado el caso, no estoy á tales alturas... Si llego, ya veremos...

Entretanto, bueno es estar de ese lado...

Y fuí á visitar á Monseñor, para pedirle que nos echara la bendición nupcial. Me sorprendí al verle. Era un hombre de tipo sensual y gastado, de cutis terroso y lleno de precoces arrugas, labio inferior grueso y colgante en la ancha boca cortada como un tajo, ojos pequeños, móviles y húmedos, narices chatas y muy abiertas—un mulatillo, hubiera diagnosticado misia Gertrudis.—Su historia era vulgar. Siendo simple cura y redactor de un diario católico de su provincia, hizo gran campaña en pro de un candidato á Gobernador que, una vez triunfante, le pagó sus servicios con una protección decidida y halló medio de enviarlo á Buenos Aires en las mejores condiciones de figurar. La ayuda oficial le facilitó sus ascensos en la corte de Roma, al mismo tiempo que le daba grande influencia en la sociedad bonaerense. Hombre de mundo, al par que político y religioso, dedicóse especialmente á conquistar las familias patricias, por medio de las mujeres, y alcanzó brillantes