ceses, sólo se mantenía el escuadrón del Tercio qne había sido del señor duque de Alburquerq^'e, quien en esta batalla sirvió de general déla caballería con los créditos correspondientes d su exclarecida, sangre; y le gobernaba su sargento mayor Juan Pérez de Peralta, soldado de muy conocido valor y experiencias, como lo dirá el exemplo. Habíanse reco- gido á este esquadrón, después de haber defendido los suyos, más de lo que parecía posible, los maestros de campo, el conde de Garcies y Don Jorge de Gastelvi, quien á la sazón lo era mío, y otros muchos oficiales y soldados, á quienes aunque la fortuna les venció, no les rindió el va- lor; pues con él, haciéndose lugar, llegaron descompuestos á componer- se en este peñasco de fortaleza (corta ponderación, á quienes se supieron merecer inmortal gloria), y en él tomando puesto con buena orden, aguardaron como los demás el furor de los vencedores; los quales, para serlo enteramente de la batalla, solo les faltaba romper este esquadrón. Y no habiéndolo podido conseguir con algunos de los suyos de caballería y infantería, obligó á los enemigos á que con el todo de suexército se les arrimase, como lo hicieron, buscándole por todas partes alguna flaqueza, que no pudieron hallar; pues haciendo quatro frentes de las picas y los mosqueteros y arcabuceros, no mostraron flaqueza ni perdieron tiempo en representar que el valor y la destreza estaban muy unidos. Enfrena- ron de tal forma los enemigos, que los obligaron á desviarse y valerse de su artillería; con lo cual le batieron como pudieran á una roca, .sin que se reconociese desmayo ni descompostura. Lo qual, visto por los enemi- gos con notable admiración, hizieron alto, lastimándose de los que no se dolían de sí mismos (tanto puede la fineza y el amor de buenos vasallos para con su príncipe; y esto debe S. M. á sus españoles de aquel tiempo, que no es justo lo obscurezca las tinieblas de el olvido, para que en los siglos futuros sirva de emulación honrosa á los que le gozaren). Enviaron, pues, los enemigos un trompeta, como pudieran á un castillo, preguntan- do (de parte del príncipe de Conde, general de Francia y primer Prínci- pe de la Sangre Real de aquel reino), quién mandaba aquel esquadrón y siéndole respondido que el conde de Garcies, 1). Jorge Castelvi y su sar- gento mayor; mandó replicar, que cómo eran tan bárbaros que llegaban á extremos tales, y que en el mundo sólo ellos (como es así) eran el pri- mer exemplar; que lo mirasen bien y el poco recurso humano que les quedaba, que él les ofrecía quartel, que es las vidas; y en suma, la cosa se rcduxo á capitular como placa fuerte. Y lo que se les pidió (que no podía ser más) fué que cediendo las armas, seles conservasen las vidas y todo
lo que tuviesen encima; y así lo concedieron y capitularon y cumplieron
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