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—El hombre no debe ser zonzo. De la gente jineta que vos ves aura, muchos han sido chapetones y han aprendido a juerza de malicia. En cuanto subás charquiá no más sin asco, que yo no vi a andar contando y no le aflojés hasta que no te sintás bien seguro. ¿Me ah'entendido?

—Ahá.

—Güeno.

El caballo de Don Segundo estaba a dos pasos, pronto para apadrinarme. Antes de subir miré en torno, pues a pesar de los consejos del hombre que entre todos merecía mi respeto, me hubiera molestado que otros me pillaran trampeando.

Tranquilizado por mi inspección subí cautelosamente, no sin que me temblaran un poco las piernas. Ni bien estuve sentado, el dolor de las ingles y los muslos se me hizo casi insoportable; pero era mal momento para ceder y me acomodé lo mejor posible.

—No lo movah'a ver si me da tiempo pa subir.

Como si hubiera entendido, el petizo quedó tranquilo hasta que mi padrino estuvo a mi lado.

Don Segundo alzó el rebenque. El petizo levantó la cabeza y echó a correr sin intentar más defensa. Alrededor de la playa dimos una gran vuel-