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XI.

En el camino de luz proyectado por la puerta hacia la noche, los hombres se apiñaban como querezas en un tajo. Pedro me echaba por delante y entramos, pero mis pobres ropas de resero me restaban aplomo, de modo que nos acoquinamos a la orillita de la entrada.

Las muchachas, modestamente recogidas en actitud de pudor, eran tentadoras como las frutas maduras, que esperan en traje llamativo quien las tome para gozarlas.

Corrí mi vista sobre ellas, como se corre la mano sobre un juego de bombas trenzadas. De a una pasaron bajo mi curiosidad sin retenerla.

De pronto ví a mi mocita, vestida de punzó, con