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chinche. Más de cuatro salieron cortaos y se apagaron las luces a ponchazos y el hembraje juia a los gritos. . . y vos ni un arañón te agenciaste en el entrevero. ¡Qué tiempos! Y un día por probarnos, jugando, me dejaste de recuerdo este pajarito que me canta todas las mañanas: ¡bichofeo! ¡bicho—feo!

Nos reíamos todos.

Mi padrino se levantó y se dieron un gran abrazo con aquel viejo amigo, que quería seguir la charla de los años pasados. No teníamos tiempo.

Trabajosamente nos despedimos. Nos entregaron la tropa, y marchamos con los demás peones a la caída de la noche.

Tropita mansa y linda. Un mes de arreo debimos contar, aunque sin mayores contratiempos.

Los animales que llevábamos, eran flacos y dispuestos. Sin embargo, tres días antes de entregar el arreo, pasamos un mal rato. La hacienda venía sedienta, pues nos faltaban aguadas naturales y estancieros conocidos que nos sacaran del apuro.

Habíamos pasado una noche de pesadez tremenda, defendiéndonos de los mosquitos, con un fueguito de biznaga por demás pobre. El campo sudaba por dondequiera, cuando salimos de mañana.

Después cayó un golpe de lluvia. Las reses se -