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Y qué más mala noticia querés que la de anoche?

—¡Avise Don!

Tuve que ir en busca de la pava para seguir la cebadura. No había conseguido mayores datos sobre el enigma del pasado suceso. ¿Por qué estaba tan seguro mi padrino de la gravedad del chico de Don Sixto? ¿Creía en brujerías? Inútil calentarme la cabeza; ya me había dado cuenta de que Don Segundo no me contestaría, esa mañana por lo menos. Pero ¡qué hombre que no concluiría nunca de conocer! ¿Sabría támbién de magia? ¿Esos cuentos que contaba, los contaba en serio? Y yo ¿creía o no creía? Me parece que sí, por el miedo que me daban esas cosas y por mi poca voluntad de meterme a averiguaciones.

Monté el Picazo en pelos y fuí a buscar mis caballos. De vuelta ensillé y echando unidas las tropillas por delante, marchamos hacia el potrero vecino, donde al día siguiente debíamos recoger hacienda alzada. No pude dejar de despedirme del fatídico ranchito, que ya tomaba su aspecto de hueso perdido, y dándome vuelta sobre el recado le grité:

—¡Adiós, matrero viejo. Quiera Dios que el pampero te averte con tuito el pulguerío y tus penas de bichoco y tus diablos y brujerías!