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Puse una el cuchillo. Creí que me iba a caerrodilla en tierra. Sin embargo, tenía que concluir.
—Esta carta te manda el bayo le dije al toro, y le sumí el cuchillo en la holla, hasta la mano.
El chorro caliente me bañó el brazo y las verijas.
El toro hizo su último esfuerzo por enderezarse.
Me caí sobre él. Mi cabeza, como la de un chico, fué a recostarse en su paleta. Y antes de perder totalmente el conocimiento, sentí que los dos quedábamos inmó en un gran silencio de campo y cielo.
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